Pinto

Hace unos días atrás le reclamaba a una amiga por no actualizar su blog y la verdad es que yo tampoco he actualizado el mío. Ella me decía que tenia que ver con la condición anímica en que se encontraba y yo más bien alegaba por la falta de tiempo ya que tenía un montón de cosas que me daban ganas de escribir pero no me daba el espacio para hacerlo. Por ejemplo hace rato que quería escribir sobre una conversación que tuve con Claudio en un bar sobre las leyes y como muchas leyes están de más, sobran o imponen restricciones inútiles o innecesarias que terminar por restringir las libertades individuales más que garantizar el bien común. Estábamos en eso cuando le dije que por lo demás ya estaban los 10 mandamientos y que con eso debería ser suficiente, es decir que después del “no mataras” es poco lo que falta por complementar. Claudio estuvo de acuerdo pero argumentaba que incluso en ese caso habría que aplicar tijera porque eso de no desearás a la mujer de tu prójimo es impracticable. En fin, el tema sigue pero la verdad es que este y los otros pasaron a segundo plano el lunes.

Venía de vuelta de la pega, otra vez en Metro, y zas, una señora barriendo la calle con su perro, y si, era el traidor, cuando pasé me salto encima, me mordía las manos, me baboseaba la camisa, mientras la señora le gritaba “Pinto… Pinto…” y luego me gritaba a mi “no se deje, enójese”. Me siguió hasta la casa, y mientras caminábamos note que tenía un collar nuevo, era una cadena metálica que sonaba levemente cuando se movía. Cuando llegamos a la casa entro al patio y miró su plato de comida con desprecio, luego quiso entrar pero lo deje afuera. Me cambié ropa, alimenté los gatos y cuando volví al patio ya se había ido.